Educar y Brillar

Inteligencias Múltiples de Gardner: Implicaciones Educativas

El término inteligencia es utilizado de forma común por todos nosotros. Sin embargo, ¿sabemos a qué nos estamos refiriendo al utilizar dicho término?

Un poco de historia

La definición del constructo inteligencia ha ido sufriendo modificaciones a lo largo del tiempo, de hecho, hoy día sigue siendo un asunto que despierta cierta controversia.

Antes de que existiera una definición oficial de este concepto, el indicador de que una persona fuera inteligente se basaba en el éxito que ésta tenía en su propia comunidad. Fue a finales del siglo XIX cuando apareció la primera definición de inteligencia, la cual estaba fundamentada en la idea de que la inteligencia estaba exclusivamente relacionada con el cociente intelectual (CI). Es por esta razón que a partir de este momento empezaron a diseñarse distintas herramientas para medir la inteligencia en función del CI (Cortés, Barragán y Vázquez, 2002). Una de las características del CI es que es innato e inmutable, por lo que no puede desarrollarse a lo largo de la vida. Nos encontramos, pues, con un concepto estático, mecánico y frío, propio del paradigma positivista.

Años más tarde, Alfred Binet, pedagogo y psicólogo francés, fue uno de los primeros en darse cuenta de que no siempre que se tenía un alto CI se obtenían buenos resultados académicos (Molero, Saiz y Esteban, 1998). Esto animó a Binet a plantearse que la inteligencia podría estar relacionada con otras variables distintas al CI. Fue por esta razón que el psicólogo francés introdujo en la definición de inteligencia otros factores como el saber juzgar bien, el sentido práctico o la facultad de adaptarse (Molero, Saiz y Esteban, 1998). Más tarde, Thorndike contribuyó a la definición de este término con la introducción de la dimensión social. A partir de este momento se realizaron diferentes definiciones de inteligencia en función de la corriente psicológica que abordara su estudio.

La Teoría de las Inteligencias Múltiples de Gardner

La aportación más novedosa en la definición de este término fue la que realizó Howard Gardner en su libro Frames of Mind: The Theory of Multiple Inteligences (1983) en el que postula que la inteligencia es la capacidad resultante de la integración de una serie de inteligencias que actúan de forma independiente entre sí. Es así como surge la teoría de las inteligencias múltiples, la cual está conformada por siete inteligencias distintas:

1. Inteligencia lógica-matemática 


2. Inteligencia verbal-lingüística 


3. Inteligencia espacial 


4. Inteligencia musical 


5. Inteligencia corporal-cinestésica 


6. Inteligencia intrapersonal 


7. Inteligencia interpersonal 


Más tarde, el autor añadió una octava inteligencia, la naturalista, la que definió como la capacidad para observar y estudiar los elementos que conforman la naturaleza.

Según Ernst-Slavit (2001), Gardner valoró introducir una novena inteligencia acuñada como inteligencia existencial, la cual se refiere a la capacidad del ser humano para reflexionar acerca de cuestiones existenciales.

En el siguiente video podéis encontrar la descripción de cada una de las inteligencias arriba indicadas.

Una de las principales novedades de esta definición de inteligencia es que es considerada como una capacidad, por lo que puede ser desarrollada a lo largo de la vida, igual que el aprender a hablar en público o nadar. Esta definición es orgánica y humanista, más cercana a la corriente constructivista del aprendizaje y paradigma holístico.

Implicaciones en el contexto educativo

En mi opinión, el sistema educativo debería estar dirigido a la formación de todas las inteligencias por igual, pues la persona es la suma de todas ellas. Sin embargo, los currículos suelen estar enfocados al desarrollo de las inteligencias lógico-matemática y verbal-lingüística principalmente. Fomentar sólo algunas facetas en detrimento de otras puede tener consecuencias negativas para el desarrollo del individuo. Uno de los indicadores que apoyan esta afirmación sería el aumento de casos entre la población joven de consumo de drogas, depresión e incluso suicidio (Cervantes & Hernández, 2008; Vicario & Romero, 2005). También encontramos que nuestra sociedad, que a mi juicio es el resultado de la educación recibida por el conjunto de individuos que la integran, fomenta personas que tiendan a (1) estar enfocadas en lo superficial y estar desconectadas de sí mismas, (2) no utilizar el pensamiento crítico para cuestionarse lo que “se vende” como bueno y malo o como una verdad absoluta o (3) juzgar a todo aquel que haga algo distinto a lo que haga la mayoría, entre otros aspectos. ¿Diríamos que estas son las características de una sociedad responsable y madura? ¿Es este el resultado, en parte, de las prácticas educativas implementadas? ¿Qué sería necesario para que esta situación cambiase?

Hoy día existen estudios que afirman que el trabajo de ciertas inteligencias relacionadas con la parte de la gestión emocional son fundamentales para asegurar el correcto desarrollo de la persona (Goleman, 1995) y que también pueden influir positivamente en el rendimiento académico (Buenrostro-Guerrero, Valadez-Sierra, Soltero-Avelar, Nava-Bustos, Zambrano-Guzmán & García-García, 2012). Pero no solo esto, sino que desarrollar el pensamiento crítico, el gusto por el arte o el conocimiento y la responsabilidad  para con el cuerpo físico, son cuestiones fundamentales para asegurar el pleno desarrollo de la capacidad intelectual y personal del individuo (Ernst-Slavit, 2001; Martínez, 2009)

Una reflexión acerca de la realidad

Si esto es así, ¿qué razones existen para que este tipo de contenidos no aparezcan como parte integrante del currículo?¿A favor de quién está planteada este tipo de educación? ¿A qué estamos sirviendo? ¿Cuánto tiempo más queremos seguir participando de este planteamiento?

Aunque plantearse este tipo de cuestiones es necesario para que podamos reflexionar y llegar a nuestras propias conclusiones, lo verdaderamente útil es diseñar un plan de acción. Por lo tanto, la pregunta sería: ¿qué podemos hacer para fomentar un planteamiento de la educación que esté al servicio del ser humano?

Si bien lo ideal es que el nuevo planteamiento que esperamos fuera diseñado y difundido por las administraciones educativas, la realidad no es esa. Quienes estamos en contacto con el alumnado y conocemos la realidad y las necesidades del discente somos los docentes. En mi opinión, somos los responsables de promover una educación que responda a la formación del individuo en su globalidad. Es cierto que muchas veces no disponemos de la formación necesaria ni de los recursos para llevar a la práctica nuestro deseo. Uno de los grandes obstáculos con los que nos encontramos es la inversión de tiempo y esfuerzo. Plantear nuevos enfoques educativos requiere de tiempo y esfuerzo para formarse, reflexionar, diseñar nuevos planteamientos y generar contenidos y estrategias para su implementación. Además, cumplir con las programaciones de los centros ajustándonos a los tiempos destinados a cada materia a la vez que se realizan implementaciones novedosas resulta todo un reto.

En mi opinión, no se trata de cambiar de un día para otro, sino que es un proceso largo. Sin embargo, tenemos que empezar a movernos en una dirección a corto plazo. La formación permanente del profesorado es una pieza clave en este contexto, bien sea de forma autodidacta o a través de cursos de formación ofertados por diferentes instituciones o profesionales particulares. Tener la oportunidad de hablar con compañeros y compartir nuestras experiencias en relación a la docencia también puede enriquecernos y ayudarnos a realizar nuevos planteamientos en el aula.

Algunas cuestiones prácticas

Algunos tips que podrían implementarse junto con la formación serían:

1. Conectar los contenidos propios de cada disciplina con temas transversales e interdisciplinares.

2. Compartir las propuestas diseñadas y dialogar acerca de las mismas con otros compañeros e incluso con el equipo directivo del centro.

3. Hablar con las familias para detectar las necesidades reales del alumnado y hacer a los padres partícipes del proceso de aprendizaje de sus hijos.

4. Dar voz al alumnado para que pueda expresarse y así detectar sus necesidades de forma más directa a la vez que se potencia su autoestima.

5. Favorecer una praxis educativa en la que se fomente la confianza entre profesor-alumno y entre iguales.

6. Dejar espacio para el pensamiento crítico y creativo evitando exponer la realidad desde una perspectiva absoluta e inamovible.

7. Aprovechar los conflictos que surjan como oportunidad para desarrollar la autorresponsabilidad y el autoconocimiento tanto del profesor como del alumno.

Como hemos visto, los nuevos tiempos requieren nuevas propuestas, pues los resultados de los planteamientos educativos implementados hasta el momento no tienen buenos resultados para el bienestar del ser humano.

La ciencia respalda una visión del ser humano como un conjunto de distintas habilidades y facetas que se encuentran conectadas entre sí y cuya educación es necesaria para el equilibrio del individuo. Es por esta razón que lo que se plantea en este artículo no es solo un deseo, sino que es una necesidad. Todos somos partícipes de este cambio y tenemos poder para promoverlo. ¿Qué tal si todos juntos nos ponemos “manos a la obra”?

Referencias

Buenrostro-Guerrero, A., Valadez-Sierra, M. D., Soltero-Avelar, R., Nava-Bustos, G., Zambrano-Guzmán, R., & García-García, A. (2012). Inteligencia emocional y rendimiento académico en adolescentes. Revista de educación y Desarrollo, 20(1), 29-37.

Cervantes, W., & Hernández, E. M. (2008). El suicidio en los adolescentes: Un problema en crecimiento. Duazary, 5(2), 148-154.

Cortés, J. F., Barragán, C. y Vásquez, M. L. (2002). Perfil de la Inteligencia Emocional: Construcción, Validez y Confiabilidad. Salud Mental (online), 25(5), 50-60.

Ernst-Slavit, G. (2001). Educación para todos: La Teoría de las Inteligencias Múltiples de Gardner. Revista de Psicología de la PUCP, 19(2), 319-332.

Gardner, H. E. (2011). Frames of mind: The theory of multiple intelligences. Hachette Uk.

Goleman, D. P. (1995). Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than IQ for Character, Health and Lifelong Achievement, Bantam Books, New York

Martínez, M. (2009). Dimensiones básicas de un Desarrollo Humano Integral. Revista de la Universidad Bolivariana, 8 (23), 119-138

Molero , C., Saiz, E. y Estaban, C. (1998). Revisión histórica del concepto de Inteligencia: Una aproximación a la Inteligencia Emocional. Revista Latinoamericana de Psicología (online), 30(1), 11-30.

Vicario, H., & Romero, A. R. (2005). Consumo de drogas en la adolescencia. Pediatría Integral, IX, 2, 137-135.

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